Las tierras de La Rioja, ya desde épocas prerromanas, estuvieron habitadas por las tribus vascas de autrigones y vascones, así como por berones.
Sobre el origen étnico de los berones hay mucha controversia entre los historiadores. Algunos creen que era una tribu celta, otros que era una tribu vasca muy celtizada culturalmente. Algunos partidarios de esta última teoría se basan en el hecho de la etimología de su nombre, berones, que procedería, según algunos, del hidrónimo vasco Bero ("cálido"), que era uno de los antiguos nombres del río Iregua de La Rioja. Este hidrónimo es transcrito también como Ibero, manifestándose en el anterior hidrónimo, posiblemente, la caída de la "i" inicial (Ibero > Bero), algo común en la adaptación fonética latina de topónimos y etnónimos vascos (Ibaigorri [río rojo] > bigerrii [etnia aquitana que habitaba Bigorra] ). El río Iregua es afluente del Ebro, con lo que Ibero, o Bero, podría ser una variante del nombre del río que los geógrafos greco-latinos llamaron Iber (a su vez emparentado por algunos con la palabra vasca ibar [vega] ) o Hiberus, es decir, el río Ebro. Como los berones se extendían a ambos lados del río Ebro en La Rioja, quizá la etimología de su etnónimo esté relacionada con el río Ebro o simplemente con la palabra vasca ibar.
Uno de los investigadores que más aportó para el conocimiento del pasado cultural vasco de La Rioja fue un riojano llamado Merino Urrutia, alcalde del municipio de Ojacastro (La Rioja), cuyos estudios son de valor incalculable para todo aquel que estudia la historia de la lengua vasca. Gracias a sus estudios conocemos que la lengua vasca no llegó a La Rioja por repoblación en la Edad Media sino que ya se hablaba allí desde épocas prerromanas con continuidad hasta el siglo XVI. Es decir, que los repobladores que llegaron desde las actuales Euskadi y Navarra lo único que hicieron fue reforzar la población de habla vasca de la zona. Las investigaciones de Merino Urrutia le dieron un merecido puesto como miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca en 1964.
Por la toponimia existente en documentación medieval sabemos que tanto en La Rioja, el noreste de Burgos, Soria, Álava y Vizcaya, se hablaba un mismo dialecto, el dialecto occidental del euskera, conocido popularmente con el nombre de vizcaíno. En estos documentos aparecen muchos topónimos vascos de La Rioja, de la provincia de Burgos y de Soria, tal y como los pronunciaban los riojanos, burgaleses y sorianos de aquellas épocas, que hoy en día no sabemos muchos de ellos a qué municipios corresponden, al haber sido sustituidos en su gran mayoría, con el transcurso del tiempo, por topónimos castellanos.
La anexión de los territorios de La Rioja por parte de Castilla en el siglo XII acarreará la pérdida paulatina de la lengua autóctona, la vasca, así como del romance aragonés extendido en todos los territorios que pertenecieron a la marca superior andalusí gobernada desde Zaragoza, hasta que en el siglo XVI pierda definitivamente sus raíces vascas. A medida que el castellano se iba extendiendo, los topónimos de La Rioja, Burgos y Soria de origen vasco se iban sustituyendo por topónimos castellanos. Solamente se conserva actualmente la toponimia vasca más vivamente en zonas del noreste de Burgos o de La Rioja alta que hasta el siglo XVI fueron hablantes de vasco. Aunque, contra viento y marea, todavía se conservan topónimos vascos en el este de La Rioja como el del municipio de Igea, que viene del vasco Etxea (la casa) o, por ejemplo, el topónimo Leza, que significa en dialecto occidental sima, cueva.
Si bien actualmente a La Rioja en vasco se la denomina Errioxa, que no es más que una adaptación fonética vasca de la forma castellana, en una cita del libro becerro de Santo Domingo se registra la existencia de un rincón de Villalobar conocido como Val de Oiaco Harana en 1380. Significando harana en castellano "valle", la traducción de Oiaco Harana al castellano sería Valle del Oja. Oiaco Harana posiblemente sería la forma con la que denominaban los antiguos riojanos a La Rioja, dado que este último topónimo romance fue utilizado inicialmente para hacer referencia a los pueblos bañados por el río Oja (procedente muy posiblemente del término vasco Oiha con el significado de "lecho, cauce del río", escrito de esta forma es documentado en un texto medieval), una comarca que recibió también la denominación de Valle del Oja.
Aunque a partir del siglo XVI se dejó de hablar vasco en La Rioja, no por ello los riojanos dejaron de ser considerados como vascos. En mapas de España de los siglos XVII y XVIII se muestra a La Rioja integrada dentro de lo que se conocía como Vizcaya, que aglutinaba, en aquella época, los territorios de Euskadi, mitad este de Cantabria y La Rioja, siendo los riojanos considerados, por tanto, como vizcaínos, un gentilicio utilizado en la época moderna para hacer referencia a los vascos.
Cuando se desarrolló el anteproyecto de Estatuto de Estella de 1931 para establecer un Estado Vasco, dentro de la República Española, integrado por Álava, Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya; las autoridades, empresarios, iglesia y ciudadanía de La Rioja, en general, mostraron mayoritariamente su apoyo a la adhesión de La Rioja al Estado Vasco. Sin embargo, el que ya no se hablara euskera desde hacía siglos, y el desconocimiento, por parte de los políticos y autoridades vascas de la época, de la trascendencia histórica de La Rioja en la historia de los vascos, acarrearon el que fuera considerada como una provincia no vasca. Al establecerse condiciones insalvables para la adhesión a todo territorio no considerado como vasco, las autoridades riojanas, finalmente, desistieron en su intento de formar parte del Estado Vasco. Después del régimen franquista, en los comienzos de la transición hacia la democracia en España, desde diversos sectores no nacionalistas, se intentó impulsar la unión de las actuales Euskadi, Navarra y La Rioja en una única entidad autónoma, una iniciativa que tampoco prosperó.
Volviendo a la época medieval riojana, en el año 923, el rey pamplonés Sancho Garcés I, en colaboración con Ordoño II de León, recupera los territorios bajo gobierno musulmán de Nájera y La Rioja Media y Alta, que deja bajo dominio de su hijo García Sánchez. Tras la destrucción de Pamplona por Abd al Rahman en el 924 y la muerte de su padre al año siguiente, García Sánchez traslada su residencia a Nájera, en detrimento de Pamplona. A partir de entonces se denominan reyes de Pamplona y Nájera.
García Sánchez desarrolló una activa política de repoblación de los nuevos territorios y favoreció con cuantiosas donaciones a los monasterios riojanos, especialmente a San Millán de la Cogolla. La misma política mantendrá durante los primeros años Sancho Garcés II; pero las campañas de Almanzor le obligarán, al igual que a su hijo García Sánchez II el Temblón, a firmar capitulaciones y pagar tributos a Córdoba.
Con Sancho III el Mayor (1004-1035) el Reino de Pamplona-Nájera, aprovechando la desmembración del Califato de Córdoba, alcanza su mayor extensión, abarcando gran parte del tercio norte peninsular, desde Cataluña a Galicia.
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